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Podía contar un montón de historias
y de anécdotas desde que comenzó mi
relación con el Baile Regional Galego: desde aquel día que mi hija llegó a casa
con el listado de las actividades extraescolares del colegio diciendo “yo
quiero ir a baile”. Cuando los hijos no tienen mucho más allá de cinco o seis
años sus deseos son órdenes y en ningún momento puse en duda su asistencia a la
actividad. Acabaron yendo ella y su hermano.
El monitor era un chaval que no
llegaba a los treinta y que alguna vez dijo que
tenía un grupo de baile, siempre con una cartera de ordenador portátil
colgada del hombro o en bandolera y muchas veces con una sudadera o camiseta
amarilla. Algo tenía o hacía, mis hijos
salían contentos de la actividad de baile.
Con el tiempo pasamos a formar parte
de ese grupo de baile y mi relación con él sufrió un cambio: era el director de
Queixumes dos Pinos. Ya no lo veía como el monitor de la actividad de
baile. Estaba ocupado, siempre ocupado: atendiendo a padres, recibiendo a gente, reuniones en su despacho,
llamadas telefónicas, ensayos, clases….
Era una persona comprometida con lo que hacía y de qué manera.
No sé si contaré alguna más, pero
tengo en mi memoria una imagen que la entendí años más tarde: una tarde de
invierno, entre dos luces, todavía era pronto para el ensayo, yo llegué al local,
parecía que no había nadie pero una
música se oía proveniente de la sala de baile de ensayos, entré para ver qué era. La última luz de la tarde de invierno se hacía hueco en la oscura sala que estaba en penumbra, casi en el centro estaba el director
sentado en una silla y tocando una gaita eléctrica, de verdad que me
impresionó. Con el transcurso del tiempo comprendí y llegué a entender aquel
instante: el monitor, el director, estaba estudiando algo nuevo para sus
espectáculos. Es una constante en su vida. Tiene que experimentar, buscar cosas
nuevas, inventar, en definitiva redescubrir todo.
Sin darme cuenta fui implicándome cada
vez más con Queixumes a la vez que mi relación con el director fue evolucionando, lo que me permitió conocer a la persona. Incansable aunque lleve más tiempo que
nadie sin dormir; luchador, en pocas ocasiones se da por vencido; trabajador, emprendedor,
siempre tiene algún proyecto, alguna una
nueva idea, algo original en la cabeza;
a veces le pierde su ingenuidad y su franqueza.
De otra forma no podía acabar esto: un día me pidió que "le echara una
mano" y así comenzaron horas de preocupación compartida y horas de
satisfacción por lo que se había conseguido. Esperas interminables de
compromisos prometidos, y rabia contenida por la sensación de abandono que nos
invadía la dejadez de unos y la desidia de todos. Tiempos de búsqueda para no
encontrar nada, pero qué satisfacciones cuando se hallaba, proyectos, instancias,
peticiones, solicitudes... noches
hasta las tantas para vencer a un internet que no nos reconocía, alegrías,
alguna pérdida de las que no se olvidan ni las lágrimas borran. Me he
emocionado, he reído con él, discutido y
en una ocasión hasta lloré de rabia por un fatal error en un espectáculo. Solo quien tenga amigos sabe de lo que estoy
escribiendo. Y eso es lo que es ahora aquel monitor de camiseta
amarilla: mi amigo.
Enhorabuena, José Antonio. Enhorabuena Amigo.
Por cierto si pierdo mi móvil sabrán que es el mío porque sigo manteniendo en la agenda su teléfono como Profe de baile.
Bravo por la amistad, bravo por el momento compartido con amigos....
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